Tras el derbi de los cobardes, que empiece la Champions League

Se pasa uno la semana procrastinando la ansiedad, pensando en la lluvia, en el trabajo, en qué como hoy, qué ceno mañana. Como si se pudiera vivir tranquilo. Surgen pensamientos intrusivos, pero se van despejando más mal que bien. El día de partido uno ya se levanta aturdido y no esconde nada. Frías las manos, revuelto todo, atención desmedida al detalle. ¿Valdría como resultado el número de esta taquilla? ¿Y si le tiro un dardo al 16? Le he dado, pero muy al borde, se va a sufrir. ¿Comí esto mismo el día del City? En la M-30, el atasco es una peli de espías: ¿debería colaborar con este conductor que intenta cambiarse tres carriles en 30 metros o será del Atleti? Cuando la locura ya descarrila, el único consuelo es soñar con un inicio de partido anodino, un par de pelotazos, dos pérdidas de cada uno en medio campo y un 0-0 sanador en el minuto cinco. Que el futbolista civilice al hincha demente. Siempre hay que tener cuidado con los regalos que se piden: después hay que abrirlos.

A ese miedo atávico del hincha carcomido por la rivalidad correspondieron los jugadores del Real Madrid con una cobardía insuperable. Cobardía para no ganar ningún duelo, cobardía para no atreverse nunca a regatear, cobardía para esconderse entre la maraña de defensas sin insinuar ni un desmarque en todo el partido. La cobardía suprema de Mbappé renunciando al penalti y condenando a Vinicius al ridículo. Habría sido una injusticia que lo marcase. Su cobardía para no levantarse y pedir cada balón tras el error. La cobardía abismal de Ancelotti quitando a Rodrygo, por mucho el mejor de los atacantes.

Estímulo-respuesta. Igual que el Madrid correspondió al miedo de parte de su afición, el Atlético hizo lo propio con el de Simeone. No se atrevió a ganarlo antes de tiempo con el cambio obvio de Sorloth y mientras guardaba cambios pensando en la prórroga, el equipo la asumió también. Los penaltis eran ya una consecuencia lógica que sólo parecían aborrecer Camavinga, Valverde y Brahim. Lo que pasó después, explicación no tiene. Debió servir lo de la taquilla, ese dardo al 16, ese pequeño acelerón molesto en la M-30 quizá hizo resbalar a Julián Álvarez. Qué sabe nadie. Se acabó la Copa del Rey con purpurina: que empiece la Champions League.

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