Marcó Rudiger el último penalti de la tanda y de repente nada de lo que había pasado en los 120 minutos anteriores valía. Porque nada pasó entre el gol de Gallagher y el de Rudiger. 120 minutos resumidos en un penalti y en un par de pequeñas tragedias.

Habían pasado sólo 28 segundos de partido cuando marcó Gallagher. Un mal despeje de Asencio acabó con De Paul poniendo una pelota en el área que el inglés empujó a la red después de que no llegara Giuliano. Antes de que se cumpliera el primer minuto el Atlético ya había hecho lo que tenía que hacer para empatar la eliminatoria. Y tenía 90 minutos por delante para no tener que llegar a la prórroga.

Dejó entonces que el trabajo lo hiciera el Real Madrid, que dominara la pelota y el campo, aunque el partido era del equipo de Simeone. Aguantaba atrás, sin dejar huecos por los que pudieran colarse Vinicius, Rodrygo o Mbappé. Y con todo el campo por delante, el peligro lo sentía Courtois en las llegadas de Julián Álvarez, que amenazó dos veces la portería del Real Madrid.

Ancelotti quiso que Modric empezara el partido, cuando el Atlético tenía las piernas frescas y no había agujeros por los que hacer llegar sus pases. El Madrid acaparaba la posesión, la pelota pasaba de un lado a otro en horizontal sin que hubiera más verticalidad que la que le daba el Atlético cuando robaba.

No tenía el Real Madrid nada más a lo que agarrarse que un posible penalti de Giuliano Simeone, que cortó con la mano un pase de Vinicius. Giuliano, que casi se lleva por delante a Ancelotti al tirarse al suelo para cortar un balón, estaba en todas las arrancadas del Atlético. Es igual de pesado que su padre cuando jugaba, un tormento para el rival, una energía que contagia para los suyos.

Cuando las piernas ya estaban más justas pudo correr el Madrid. Y la primera que tuvo Mbappé la aprovechó para marcharse hacia el área. Se fue primero de Giménez y después de Lenglet, que no pudo evitar hacerle penalti. La jugada de Kylian terminó con tarjeta amarilla para el central Atlético y con un lanzamiento desde los once metros. Nada más, porque Vinicius mandó su disparo muy por encima del larguero. Esa fue la primera pequeña tragedia del partido. Era la oportunidad que tuvo el Real Madrid de acabar con la eliminatoria. No había sido capaz hasta entonces de molestar a Oblak y ya no estaba en el campo Modric para encontrar un poco de luz entre tantas piernas. Y tampoco fue muy capaz después.

Vinicius se perdió en intentos de regate que no iban a ningún lado para intentar compensar su error en el penalti. Sin éxito. No tenía el día el brasileño, al que Bellingham llegó a abroncar sobre el césped después de perder una pelota. Se fue sustituido por Endrick a cinco minutos para el final de la prórroga entre cánticos de «Vinicius, balón de playa».

Mbappé, ante la falta de balones claros, intentaba hacerse importante de otra manera, moviéndose y trabajando en defensa. Corriendo hacia atrás para recuperar una pelota en el centro del campo tirándose al suelo como hizo en la segunda parte de la prórroga.

Sin que nada cambiara llegaron los penaltis. Como en Milán, pero en casa para el Atleti. El Madrid lanzaba primero, pero en la portería del fondo sur. Se igualaban las ventajas, también las de la memoria y todo transcurría con aparente normalidad. Los entrenadores decidieron que lanzaran primeros los especialistas. Ya no estaban Vinicius, Rodrygo ni Griezmann, pero marcó Mbappé y empató Sorloth; marcó Bellingham y empató Julián. Hasta que intervino el VAR. El argentino se resbaló y pegó a la pelota con los dos pies antes de marcar. No valía el gol. La segunda pequeña gran tragedia de partido. Valverde, que tuvo que esperar a la revisión para lanzar, marcó el suyo. Como Correa. El fallo de Lucas Vázquez, que lanzó cargado de miedo, ilusionó al Metropolitano, pero también falló Llorente. Se encaminó Rudiger al punto de penalti, como el año pasado en Manchester. Gol. La gloria. Lo demás no existe.

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